Una combinación entre la hipnótica
estética que presumen los lugares abandonados, con esos paisajes de
geométrica esterilidad que son las fábricas, en particular las viejas,
podría ser el estímulo que lleva a David Lynch a adorar estos
escenarios. Pero más allá de la razón detrás de esta fascinación, lo
cierto es que el hijo predilecto de Missoula, Montana, la ha hecho
explícita a lo largo de su carrera (Elephant Man, Twin Peaks, etc), un
proceso que se consuma en su libro “David Lynch: The Factory
Photographs”.
Durante años Lynch se dedicó a retratar
antiguas fábricas en Inglaterra, Nueva York, Polonia y otros lugares,
registrando múltiples parajes retro-industriales que se debaten entre la
melancolía y la sutil perversión: espacios misteriosos, ocultos,
inmersos en una perturbadora elegancia que proyecta un armónico
desequilibrio.
A fin de cuentas el que está eligiendo los encuadres y
oprimiendo el obturados en cierto momento es David Lynch, y cualquier
cosa que este genial artista crea, termina asociándose con adjetivos
como los anteriores.
Sobre las sensaciones que le producen estos lugares, y el valor que tienen en la actualidad, Lynch declaró en entrevista para la revista Dazed:
Transmiten un ánimo
increíble. Me siento como si estuviese en un lunar simplemente mágico,
en donde la naturaleza reclama estas fábricas abandonadas. Es muy
“ensoñante”. En cada sitio al que volteas, hay algo tan sensacional y
sorpresivo –es como el Magical Mystery Tour de los Beatles–. Las
ciudades cada vez se parecen más entre sí. Los verdaderos tesoros están
diluyéndose; el ánimo que generan se está terminando.
Curiosamente, la mayoría de nosotros
estaremos más que predispuestos a apreciar estas fotografías sabiendo
que el autor es Lynch, algo similar a lo que ocurre con sus diversas
vertientes creativas (música, pintura, diseño, etc). La admiración que
muchos hemos generado por su trabajo como director de cine termina
transfiriéndose a todo, o casi todo, lo que dice o hace. Pero si
ejercemos esta reflexión conscientemente y luego volvemos a mirar las
imágenes, difícilmente las estaremos apreciando menos. Y es que en
realidad se trata de ecos fantasmagóricos impresos en intrigantes
escenarios que, al menos por un instante, nos inducen un estado de ánimo
privilegiado: el abandono poético.
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